17 abril, 2004

lenteja

Los misterios de la vida no se dilucidan, crecen. Fue al baño una vez más, se hincó frente al inodoro, con el índice y el mayor perdidos dentro de su boca, incrustados en la garganta, hizo arcadas suficientes para expulsar la mitad de la pascualina que hacía instantes había engullido.

En un pensamiento fugaz recordó las anécdotas terribles que escuchó hace años en el centro de adolescentes obesos. Una chica que de tanto vomitar quedó pelada y sin dientes. Otra que tenía prohibido abrir el refrigerador, al que le habían colocado candado. También era conocido el relato, casi mitológico, del muchacho que licuaba chivitos porque tenía las encías cosidas.

Ella estaba por alcanzar los ochenta kilos. La balanza se lo mostraba cada vez que ella, rezando en latín, se paraba sobre el aparato. Una y otra vez la aguja se mantenía quieta en los 78.

Era demasiado baja, apenas un metro con cincuenta y siete y comenzaba a adquirir forma de lenteja.


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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)