17 enero, 2009

20 años sin Zitarrosa

El canto de Zitarrosa es una especie de llamado a comprometerse con la emoción de ser dignamente humano. En su voz viril, tenaz, está el lamento de lo perdido, pero no la depresión, el afán de unirse con la vida como la mejor de las formas de vivir. Su canto compañero nos hermana, conciencia y compromiso mediante, con lo social y lo político en el mejor de los sentidos de estas dos palabras que él usaba con sabiduría y respeto.
A Zitarrosa hay que escucharlo.
Sin aires de grandeza, autocrítico, humilde, Zitarrosa es el mejor de los representantes del pueblo uruguayo, del imaginario de lo que quisiéramos ser siempre los uruguayos y de lo que muchos otros creen que somos, en parte, gracias a él.
Campo y ciudad tienen lugar en su canto, en descripciones certeras, casi como si él mismo hubiera pasado por todas las experiencias humanas, laborales, amorosas, defraudadas.
A Zitarrosa hay que escucharlo.
El hombre observador, que no saca conclusiones, que relata en su canto, invitando a imaginar un poco y a vivir otro tanto es puro sentir. En sus canciones no hay afán más sublime que el ser humano, cuestión de ir viviendo y sentir. No es extraño que uno llore escuchándolo, pero tampoco es extraño reír con sus letras, todos los sentimientos encuentran matiz allí donde el sentir palpita con armonía.
Una especie de Blanes retratista, minucioso, sin pincel pero con guitarra. Con voz caudalosa. Con alma intensa.
A Zitarrosa hay que escucharlo.

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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)