06 noviembre, 2007

la última cena

La mesa estaba tendida. Se veía perfecta. Había dos pares de tenedores y dos pares de cuchillos y una cuchara pequeña, y dos pares de copas, todo alrededor de los platos brillantes, inmaculados. Todo estaba como debía ser, tal como ella lo merecía.

Llegó, radiante, con la sonrisa puesta donde va la sonrisa y los ojos allí donde deben estar, toda una mujer, todo un ser humano. En parte la normalidad era un alivio, claro, también un disfrute y por eso le gustaba, y por eso la había invitado a cenar esa noche.

Después de conversar sobre nadas y todos, después de beber algo, la invitó a pasar a la mesa sabiendo que la sorprendería con las delicias que él no había preparado, pero eso poco importaba.

Así que se sentaron a la mesa. Se había preocupado de tener todo dispuesto de tal manera que no tuviera que alejarse de ella, quería verla todo el tiempo, tragársela de ser posible.

Le sirvió el pescado y ella erró de cuchillo, pero qué importaba. El pescado, rebosante en salsa roja y aceitosa comenzó a deslizarse por la comisura de sus labios mientras ella, literalmente, devoraba cada bocado. Al mismo tiempo le sonreía, así que él podía ver, además de la salsa deslizante, también un poco de comida dentro de su cavidad bucal.

Se confesó que así no era tan linda, pero qué importaba.

Al segundo plato, suculenta carne roja, hubiera deseado no llegar. El masticar deforma cualquier rostro, y era tal la vehemencia con que ella lo hacía que él empezó a sentirse incómodo. Decidió cambiarse de lugar y en vez de estar frente a ella se puso de lado, para evitar ser espectador en primer plano. Pero entonces, en vez de la imagen, lo atrapó el sonido.

Había dejado de comer hacía rato, se limitaba a beber mirando a otro lado, deseando que la comida terminara y ella terminara de ser eso en lo que se había convertido.

Ella, sin dejar de sonreír, masticaba un trozo de carne venosa, que le provocó introducirse los dedos para quitar restos intragables de la boca. Era un trozo grande, él no lo olvidaría jamás.

Ella se tomó su tiempo.
Él cerró los ojos.
Ella hizo tanto ruido.
Él se levantó, disculpándose, y se fue a la cocina donde trató de provocar sonidos con lo primero que encontró, tratando de borrar la memoria auditiva que tenía algo así como saturada.

Aprovechó, a su regreso, y llevó el postre. Obvió la fruta y decidió que sería sólo helado, helado suave y esponjoso, con eso no había masticación posible. Tal vez tendría suerte y hasta podrían conversar de alguna cosa.

Fue tan agradable ese momento, el helado era perfecto y ella volvía a ser lo que él recordaba. Hablaron del trabajo y hasta de la familia. Él aprovechó a retomar su lugar original. Conversaron y rieron.

En determinado momento, mientras ella le contaba una anécdota de su infancia, él aprovechó a pensar en todos los alimentos semisólidos que podría preparar en una futura cena, puré y más helado, no se le ocurría nada más. Debería llamar a su abuela, que a falta de dientes se había convertido en una experta en alimentos no masticables.

Ella miró el reloj, en plena sobremesa, y dijo que era tarde. Caminaron a la puerta. Él notó las manchas en la blusa, pero la que le sorprendió fue una más grande, de helado, en la pollera. Cómo y cuándo llegó hasta ahí era un misterio. Suspiró imperceptiblemente.

Se miró a si mismo, pero no se encontró nada, intachable, tal como se conocía. La despidió casi aliviado, pensando que mejor se encontrarían en el cine, si es que volvían a encontrarse.


Comments:
Me gusta pila como está escrito. Y sobre el tema, concuerdo que ver a alguien comiendo mal mata toda atracción sobre esa persona.
 
gracias Ana!!
 
Muy disfrutable su lectura, tanto que hasta en algún momento llegué a preguntarme si no era algún cuento de Masliah.
 
Detesto ver la gente comiendo en las películas - aunque verlos en la vida real no me afecta nada. Este relato suyo es como enervante. (es my efectiva)
 
BotANicO, graciasss, si pensaste que era de Masliah, aunque no fuera más que por un instante, yo me quedo feliz!

Ulschmidt, lamento enervarlo, pero ni modo! (como dijo Chávez que dicen los mexicanos). Por cierto, me debe el nombre de la canción del maestro antes mencionado.

salud!
dina
 
Buenísimo. Sí, tiene algo Masliahno, esa nota como de absurdo típica en sus textos. Te quedó bárbaro, lo de la mancha de helado...magistral y el pensamiento hacia la abuela desdentada...me encantó.
Un abrazo!
 
gracias maga!
tanto buen feedback debiera motivarme a escribir más, así que me voy a poner las pilas.
besote
dina
 
me encanto -gracias
raquel
 
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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)