27 marzo, 2010

relojes

Se despierta cansado. La publicidad de colchones que vio hace días le hace pensar que tal vez es hora de cambiar de cama o de averiguar si existe la posibilidad de tensar los resortes del colchón.
Desayuna con la lentitud que amerita el finde semana. Retoma la lectura del libro que le quita el sueño. Pasa el rato.
Prende la computadora. Una moderna y diseñadísima computadora. Lee los mensajes de correo que llegaron. Lee un diario extranjero. Mira el reloj del sistema operativo, son las 0:55.
Mira por la ventana, hay luz, juraría que es mediodía. Vuelve a la computadora, abre el panel de preferencias de fecha y hora. El reloj está programado para que ajuste la fecha y hora automáticamente con Apple América, de acuerdo a time.apple.com, entonces descubre que no sólo el reloj está mal, además dice que es un día más del que supuestamente es. Pero empieza a dudar. Tal vez durmió mucho, tal vez el planeta hizo un movimiento tal que lo lanzó a otro tiempo. Consulta la zona horaria del panel de fecha y hora. En el mapamundi la aguja con cabeza roja está pinchada en la zona horaria de China, según el sistema operativo él está en algún lugar lejano al que habitualmente está y la ciudad más cercana es Pekín.
Cuando quiere cambiar la zona horaria y elegir Montevideo, el sistema operativo le sugiere activar el airport para que la computadora se de cuenta en dónde está. Pero se insiste con China, ciudad más cercana Pekín.
Duda, duda de todo, decide salir a la calle a preguntar si está en Montevideo, si es el día que cree que es, si no pasó en el mundo nada mientras dormía. No puede haber una razón lógica por la cual su computadora diseñadísima falle o le mienta descaradamente haciéndole creer que está a once horas de diferencia de donde se supone que vive.
Detiene a dos personas, las dos lo miran raro. Entonces se da cuenta que está en pijama, despeinado, descalzo. "Deben pensar que estoy loco", pensó, y volvió a la casa, a escribirle un correo a la nada para quejarse de que hoy el reloj le había mentido.

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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)