05 marzo, 2009

Fe poética

Domingo. Se tira en el suelo mirando al cielo. El sol, fuerte, impide mantener los ojos abiertos.
Con los ojos cerrados igual se percibe la luz, incluso el paso de alguna nube. La intensidad cambia, la oscuridad tiene semitonos. Se suman partículas movedizas, a las que es imposible seguir. Todo eso con los ojos cerrados. Se agenda mentalmente preguntarle a otras personas si también ven partículas movedizas cuando cierran los ojos al sol. Son como “cosas” miradas en el microscopio, “cosas” que se mueven rápido.
Se van del círculo de luz del microscopio, fluyen o huyen, da igual.

No resiste mucho esa pasividad, así que abre los ojos y se incorpora. Vuelve a saltar a la piscina donde dos niñas juegan a algo parecido a Pepito se fue a China, solo que ya no es Pepito ni viaja a China. Imposible entender lo que dicen. Todo parece ensueño.
Se les acerca por debajo del agua. Aparece, ellas no se inmutan. Terminan de jugar y hablan de la escuela, de la amiga que se cambió de escuela porque cree en Jesús.
Les pregunta si ellas creen en dios. La más grande dice que sí, la más chica dice que no.
Tienen 7 y 8 años. La de 8 no sólo cree en dios, cree también en el dios del agua y del sol. La más chica se burla.
Le pregunta a la más grande si habla con dios. Hablo con todos, dice.
Cómo se llaman los dioses, le pregunta.
La niña la mira, advirtiendo su desconfianza, “no importa, no tienen que tener nombre para que hable con ellos”.

Deseó volver a la infancia, retomar la voluntaria suspensión de la incredulidad que se había terminado allá por la adolescencia, cuando definitivamente dejó de creer que había algo o alguien superior. Antes de eso, cuando tenía la edad de las niñas, creía fervientemente en un viejo sabio de larga barba que regía el universo desde algún sitio del cielo. Esa fe poética que sólo recordaba tener en la infancia, o a veces mirando una lograda película. Se terminó tras un proceso de infinitas preguntas que no encontraban respuesta en maestros ni madres.

Volvió a sumergirse en el agua, clara, tibia, maternal. Se mantuvo sin respirar varios segundos, distraída mirando las piernas de las niñas salirse rápido de la piscina.
Todo se ve fuera de foco allí abajo.
Emergió. Una especie de diluvio había empezado.
Las niñas la llamaban a gritos, temerosas de los truenos que para ellas eran relámpagos. Tuvo deseos de preguntarles si les parecía que dios tenía algo que ver con eso. Pero se guardó la gracia, qué necesidad de arruinar un domingo tan perfecto.

Comments:
Odio los domingos y no creo que el término perfecto sea compatible en modo alguno, con un día tan puto.
Por la mañana, todavía...porque uno sale a desayunar fuera, lee el diario y almuerza con los viejos pero, por la tarde, todo se vuelve gris y triste, con gente anodina paseando por las calles y llenando los parques (son los domingueros).
Apenas los sobrevivo tirándome en el sofá a ver una película en el dvd o entregándome a una lectura lúdica y sin necesidad de mucha concentración mientras, evito mirar al reloj y comprobar lo que resta para la llegada del lunes.
Saludos.
 
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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)