21 octubre, 2008

pena

La mujer volvía de trabajar. Oscurecía, no hacía frío, tampoco calor.
Pasó por un supermercado y en la puerta dos niños pedían una moneda o algo para comer. "Señora, me compra pan".
Ella iba apurada, incómoda, con muchas cosas en las manos. Pensando en el trabajo, concentración absurda en hechos nimios. La interrumpió un ruido. Ruido a humano cayendo al piso. Ruido de carne y huesos golpeando la vereda. Pero a la vista nada.
En la vereda de enfrente un hombre paseaba a un perro. Dedujo que el hombre iba con un niño, además del perro, y el niño se habría caído.
Pero el ruido no era de un niño, era de un adulto, era claramente un adulto golpeado por la calle.
Entre los autos estacionados se veía parte del perro y al hombre en una posición extraña. Dos pasos más adelante entendió que había una mujer caída y el hombre, sin soltar al perro, trataba de ayudarla.
Ella dudó en cruzar. Pensó que seguramente el hombre y la mujer estarían juntos (y por lo tanto eso la eximía de colaborar). Un instante después se dio cuenta que era una excusa absurda y cruzó.
Justo para cuando el hombre, tras instantes que parecieron horas, lograba que la mujer se incorporara. El perro miraba. Ella también.
La mujer, apoyada contra la pared, lloraba. "Me bajó la presión, estoy viviendo tan mal..." Todo iba lento, lentísimo. La señora pasaba los sesenta.
"Vivo en una casa horrible, me tratan mal, me roban..." siguió la mujer mientras se enjugaba los ojos. La miró a lo ojos y se apoyó en ella, que permanecía tan inmóvil como el hombre y el perro.
Pero la quietud no impidió que sintiera el peso de la mujer en su brazo, el peso de la mujer y su pena. Sintió, también, el dolor ajeno.
Sacó de la cartera una caja de jugo, se la extendió a la mujer diciendo que algo dulce le haría bien. La señora se negó, y ella insistió. "Respire por la nariz, respire".
Respiró. Bebió el jugo despacio. Las arrugas se marcaron en un gesto entre desesperado y tranquilo.
Miró al hombre, le agradeció que la ayudara a levantarse.
A la mujer le dio un beso, "que dios te bendiga" dijo.

El hombre con el perro siguió, casi huyendo, y la mujer sintió que hacía lo mismo.
Huían del dolor ajeno, de la desgracia. Con algo de pena, y esa extraña sensación de compartir algo con el mundo que, a veces, de manera extraña, se manifiesta pidiendo atención.

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Wow
 
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Nihil humani a me alienum puto (Terencio)